jueves, 16 de septiembre de 2010

La historia de Ana...

Había una vez una joven llena de sueños, llena de anhelos que vivía en su casa con sus padres. Con tan sólo 15 años ella creía que ya era adulta, estaba cansada de que le dieran órdenes y sermones sobre qué amigos le convenían o sobre lo afortunada que era de vivir en un hogar con sus progenitores en lugar de tener que ganarse la vida como mucama, que era la situación de muchas otras chicas en esa ciudad.

“-Ana, haz tu cama”,”-Ana, no te olvides de llevar el perro al veterinario”,” - Ana, espero que mejores tus calificaciones el próximo trimestre” le decían sus padres…Ana estaba harta. Ya soy una mujer, pensaba- No tengo porqué aguantar a estos pesados, es que papá y mamá ya están viejos y no saben lo que me conviene. Tan cansada estaba Ana de sus padres que decidió huir de su casa. Una noche preparó su bolso y se escapó como un ladrón por la puerta de atrás. Su amiga Edel, en cuya casa tenía planeado hospedarse, la esperaba en la calle. Así que se fue, se quedó dos días en lo de su cómplice hasta que sus padres lograron ubicarla y desesperados le pidieron que volviera, a lo que ella respondió que prefería tener que vivir en la calle a tener que volver a aguantarlos.

En la casa de Edel las cosas no eran mucho mejores, cuando sus padres se dieron cuenta de lo que había sucedido (que fue en el mismo momento en que llegaron los padres de Ana a la casa), le dijeron firmemente a la adolescente rebelde que no la hospedarían ni un minuto más bajo su techo. Así fue como Ana no tuvo otra opción que regresar a su casa.

Una semana más tarde, Ana decidió ir a bailar. Como sus padres no la dejaron, se volvió a escapar de la misma manera en que lo había hecho antes.

Esa noche de alcohol y locura conoció a un chico del que se enamoró perdidamente. Se fueron a dormir juntos, se fueron a vivir juntos, formaron una familia…y todavía están juntos. Aunque ya no son felices todavía se soportan. El dice que la ama. Y aunque ella ya no lo ama, sigue con el “por los chicos”.

Ana a veces llora. Llora hasta quedarse dormida por su juventud perdida. Su mamá a veces la visita y ella le pide perdón. Le dice que si pudiera volver el tiempo atrás no se hubiera escapado esa noche ni ninguna otra.

Pero Ana sabe que ya es muy tarde. Ella sabe que cuando amanezca deberá secarse las lágrimas de su frustración y seguir adelante, no por ella, no por el, sino “por los chicos”.

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A diferencia de esta historia, nosotros (los que hemos recibido a Cristo en nuestro corazón) sabemos que no importa cuanto nos hayamos alejado de Dios, nunca es tarde para volver a sus brazos. Para volver y decirle:-“Padre, te amo, quiero volver a vivir contigo”. Nunca es tarde. Sabemos que su respuesta siempre será: “- Ven conmigo, hijo mío, te amo igual que ayer y hace mucho que estaba esperando este momento”.

De la misma manera, aunque cuando estamos en la Iglesia a veces nos da bronca que nos digan qué hacer y nuestra tarea nos parece insignificante, una vez que nos hemos alejado de Dios nos damos cuenta de que era mil veces mejor la humilde tarea que desarrollábamos en la iglesia que todo el lujo, la fama y los placeres que el mundo nos puede ofrecer. Porque estábamos en la casa de nuestro Padre. Y en la casa de nuestro Padre tenemos todo lo que necesitamos y mucho más.

Recordemos siempre: Porque mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos. Escogería antes estar a la puerta de la casa de mi Dios, Que habitar en las moradas de maldad. (Sal. 84:10)